A propósito de “Halcón, halcón, qué sabes, dime”, pág. 213, “Y todos estábamos vivos” de Olvido García Valdés.
Todo se inicia con el cazador de afiladas garras, el cazador más libre, el cazador omnipresente, el Halcón.
Es él quien ve el alma, el vacío que rellena la perdida, el adiós fríamente concebido. Él observa, pero no actúa ante la transformación de la culebrilla que abandona el eterno y libre fluir del agua, origen de todo, la grandeza…, por la arena, sencilla y fina arena que resbala marcando el tiempo.
Eterna impotencia ante el mundo, ante los sentimientos, ante el gran y estúpido cauce vital siempre incontrolable. Tan incontrolable que es portador de aquello que se fue y regresa tal y como era sin variar, como las perennes hojas del eucalipto, regresa entre el frío solitario, pero ya es tarde…El yo se ha metamorfoseado, la existencia es ahora amarga.
Esther Tárrega 2ºbachiller-A
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